¡Bienvenid@!

Este blog lo edito muy lentamente aunque es de lo más variado. Así que no te asombres si no hay entradas en meses.
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11 septiembre 2008

PREMONITORIA

Por los buenos amigos.



Llovía con fuerza, como no ocurría desde hacía diez años. Llovía con furia. Parecía que el agua no tenía fin. El cielo estaba negro y todo el pueblo se resguardaba en sus casas, a la luz de las velas, esperando que aquello pasase.
Y pasó.
A la mañana siguiente, el pueblo se despertó muy temprano. En los tres días que estuvo lloviendo nadie perdió los nervios, todos estaban contentos, deseaban arar la tierra mojada.
El río venía preñado de fuerza y color. El aire olía a fresco. Ya salía el sol, seguro de sí ¡cómo siempre!. Los niños no paraban de jugar, hundiéndose unos a otros en el fango para irse después a nadar al río.
El mar quedó un poco revuelto. Perdió su cristalino color azul por un marrón oscuro pero los pescadores creían que sería un gran día. San Pedro les bendecía tras los días lluviosos y aquel no sería un día distinto.
Enrique, Marcos, Juan y Antonio salieron con las redes y los barcos muy temprano cuando la mañana comenzaba a despuntar.
El camino que cruzaba el pequeño pueblo, normalmente seco y polvoriento, estaba enfangado, intransitable. Los perros seguían ahora a los pescadores, ahora a los niños o a las mujeres… no sabían a qué se debía tanta actividad pero intuían algo agradable. Estaban felices.
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El perro más negro y viejo de todos, Moro, seguía a Carolina. Recorrieron juntos el camino que va desde el río, dónde ella hizo la colada, hasta la barbería, dónde su padre, El Bueno De Don José, estaba afeitando a un visitante.
Los extranjeros no eran muy frecuentes en Naranjo. Un pueblecito que vivía olvidado de todos aunque no, milagrosamente, de los mapas. El nombre del pueblo era otro misterio, pues cosa curiosa, en él no había un solo árbol de naranjas … ni siquiera de limones.
El Bueno De Don José estaba intrigado por la presencia de aquel joven moreno y alto, cargado de cámaras fotográficas hasta los dientes.
- ¿le corto también el pelo?
- ¿más? – preguntó el joven un tanto sorprendido
- Hasta dejarle calvo todavía tengo mucho que cortar. Aquí – señaló por la ventana a un grupo de viejos jugando a los bolos- hay algunos que casi les tengo que raspar la piel pa’ que se queden contentos .
- Pues no se preocupe, que no es mi caso

El extranjero se desperezó en la silla. Entonces siguió:
- Oiga… ¿hay alguna fonda o pensión, algo, dónde pueda dormir?
- Bueno – el barbero sonriente miró con complicidad a Joaquín, su pequeño ayudante, de doce años- está la casa de la Casilda pero no sé yo si…
En ese momento entró por la puerta de atrás su hija Carolina, así que el viejo la saludó y evitó retomar la conversación con el forastero.
- ¿qué tal mijita? ¿terminaste? – preguntó a su hija mientras sacudía una toalla.
Joaquín no le quitó los ojos de encima a la joven. Cada vez abría más la boca hasta tal punto que cualquier traumatólogo hubiera creído que se le iba a desencajar. Pero eso no ocurrió y ¡menos mal! porque serían dos los que el Dr. Tapel tendría que atender esa mañana ya que el visitante le iba a la zaga al pequeño Joaquín.
- No papá. Si una quiere puede estar faenando las veinticuatro horas del día y sigue sin terminar.
- Ya será menos – replicó el Bueno De Don José.
- ¡quiá!
Carolina dio media vuelta para marcharse al interior. Por el ruido de las cacerolas y demás peroles habían adivinado que estaba en la cocina.

El Bueno De Don José aprovechó para investigar a aquel hombre.
- y Ud. de dónde viene ¿cómo vino a dar aquí? Mire que acá no hay gran cosa que fotografiar.
- Vengo del norte, de Cantuche. Y me pagan para fotografiar cosas que los demás no han visto o no ven normalmente – miró al espejo que tenía enfrente- Por ejemplo que Ud. afeite con cuchillos.
- ¡Ya hombre! ¿y con qué quiere que le afeite? ¿ a golpes?
Joaquín reía a gusto mientras escupía los zapatos de un cliente para después sacarles brillo.
- Muy simpático... Soy fotógrafo y en mi revista quieren ver las cosas con mis ojos … ¿dónde queda la casa esa de Casilda?
- ¡Ay amigo! Eso le queda en el mero centro del pueblo. Es una casa colorada, muy bonita y recién pintá. Terminó la fachada, el Pancracio, la semana pasada. ¿se va a quedar Ud. mucho tiempo?
- El necsario
- ¿y cómo le llaman?
- Por mi nombre- dijo riéndose
- ¡A vaina! Mira el canalla este nos salió guasón… o es que está por fastidiarme
- No, hombre, no. Me llamo Fernando. Fernando Gutierrez para servirle – y mientras decía esto le extendió la mano.
- Yo soy José Flores, pero en el pueblo me conocen como el Bueno De Don José.
Ambos hombres se saludaron estrechándose las manos durante un minuto. Después Fernando preguntó cuánto le debía, pagó y se marchó cargado con sus cámaras, cruzando la calle, en busca de Casilda.
Tomó la calle principal. En dos pasos llegó a la casa roja de Casilda. Era una casa muy grande, con una balconada antigua y preciosa que Fernando no dudó en fotografiar.
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Casilda estaba nerviosa. No paraba de andar de un lado a otro como una fiera presa. Le dolía su cicatriz. Hacía años que tenía ese recuerdo que le dejó su último hijo al nacer y al que nunca más volvió a ver . Era una cicatriz “premonitoria” porque si le picaba algo bueno le ocurría pero si le dolía, como hoy, era malísimo.
La casa estaba vacía. Era muy temprano puesto que los hombres preferían llegar protegidos por la oscuridad. Casilda nunca había entendido ese miedo a ser vistos, porque todo el mundo en el pueblo sabía quiénes y cuándo visitaban la casa roja.
Fernando encontró la puerta abierta de par en par y a una señora gorda, risueña limpiando la entrada. Casilda ya le esperaba detrás del mostrador del bar que había a la izquierda según se entra.
- ¿qué desea joven? – Casilda lo abordó sin dejar de mirarle. Le examinó de arriba abajo. Le dio su visto bueno. Era guapo, joven y parecía inteligente. Todo eso junto en un solo individuo era algo inusual en aquellos parajes.
No se puede decir que ella sintiera algún pudor por mirarle así puesto que nunca tuvo ese tipo de remilgos, pero en vez de seguir inspeccionando se detuvo en los ojos de aquel hombre.
- Me dijeron que aquí podía conseguir una habitación para pasar la noche?
- ¿cuánto tiempo se va a quedar?
- Sólo esta noche
- ¿sabe qué sitio es este?
- Desde luego no es un convento.
- Bien. Le daré la trece ¿es supersticioso?
- No, no, no ¡qué va!
- Bien, son cuarenta pesos y puede desayunar lo que quiera.

Fernando tomó la llave que le tendió Casilda y se fue escaleras arriba. Su cuarto era pequeño pero estaba muy limpio. Tenía todo lo necesario, lavabo incluido. Se echó en la ancha cama y durmió casi de inmediato.
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Los pescadores llegaron a la playa cargados de pescado. Todas las mujeres estaban esperándolos para comprarlo y cocinar de inmediato pues pronto iba ser la hora de comer. Carolina también buscaba algo y lo encontró. Era una hermosa merluza. Ella sabía que se padre estaría encantado, así que la compró. En el pueblo casi siempre comían pescado pero en los tres días que no paró de llover, tuvieron que comer pollo y verduras, así que ye echaban en falta su menú de costumbre.

Carolina llegó a su cocina muy contenta y abrió su merluza. ¡SORPRESA! En las tripas del animal encontró una cinta con un número. Pensó que aquello tenía que significar algo, así que dejó lo que estaba haciendo y se fue corriendo a junto de Casilda, pues era la “bruja” del pueblo y la que interpretaba mejor esas señales.
Cuando llegó a la casa roja el corazón le salía por la boca porque, aunque joven, había corrido como nunca antes en su vida. Le explicó lo sucedido a Casilda, y esta, que aún le dolía la cicatriz no dudó en aconsejarla.
- Ni se te ocurra hacer nada con eso ¡Tíralo! No te va a traer nada bueno. Mi niña, hazme caso. ¡Olvídate d’eso!
- Pero Casildita tiene que ser algo bueno ¡venía dentro de una hermosa merluza de lluvia! – Carolina estaba un poco nerviosa.
- ¡Hazme caso te digo! El diablo y la maldad siempre toman las apariencias más apetecibles. Ese número no traerá nada bueno- profetizó con aire teatral.
Carolina se marchó algo triste no muy convencida de las palabras de Casilda. Camino abajo encontró al Aurelio que estaba vendiendo lotería y chucherías. Se detuvo pues le pareció oír el mismo número de la cinta que guardaba en el bolsillo. Lo comprobó. Era el 35682. Aurelio volvió a cantar. El 35682. ¡qué coincidencia! ¿coincidencia?
- Aurelio dame tres décimos de ese número
- Y a qué tantos

Carolina le contó lo que había pasado. Aurelio se reservó un décimo ¡por si acaso! Y fue propagando la historia… que corrió como el fuego. Dos horas más tarde todo el pueblo enterado, incluso el Sr. Alcalde. Se convocó una reunión urgente en la capilla. Todos acudieron.
Estaban allí: El Bueno De Don José, Joaquín, Antonio, Marcos, Juan, Carolina, Casilda y Fernando, además claro está, de todas las mujeres, hombres, niños y animales que vivían en Naranjo.
Fernando no paró ni un minuto de sacar fotos, todo aquello tenía aire de cuento, de magia… y se había propuesto hacerlo patente en sus fotos.
Casilda rugió con fuerza la gravedad de la situación, pero el dolor de su “premonitoria” le hizo parar,
El Sr. Alcalde tenía entonces la voz cantante, como no podía ser menos. Se solidarizó con Casilda. Luego propuso una votación.
El resultado arrojó una clara ventaja para Carolina. Setenta a uno. Era evidente quién voto en contra.
El Sr. Alcalde decidió entonces que lo mejor sería que él, como representante del pueblo, comprase los décimos restantes, es decir seis, con el dinero de la alcaldía. Si tocaba se emplearía en mejorar Naranjo. Todos estuvieron de acuerdo.
Fernando salió y siguió fotografiando lo que pudo.
Era noche, a la hora del sorteo no quedaba nadie en la calle. Parecía un día de lluvia.
La Casilda trabajó más que de costumbre pues la alegría puso “eufóricos” a todos los hombres.
El sorteo se realizó. Salió premiado el 71682. Sólo cobrarían la terminación.
Al día siguiente todas amanecieron especialmente cansados. Casilda no paraba de sonreír porque aunque le seguía doliendo “la premonitoria “ pensó que por primera vez había sido una falsa alarma. Fernando desayunó y desapareció de la misma forma en que había aparecido: rápida y silenciosamente.
A media mañana Casilda fue a hacer la caja. El dinero ya no estaba. Le habían robado y no podía ser otro que el fotógrafo, pero ya era tarde para alcanzarlo. Su cicatriz dejó de dolerle.
Tres días después el Sr. Alcalde cobró el premio. Hubo una nueva reunión de urgencia en la capilla. Se consideró que Casilda era una de las mejores medicinas del pueblo, así que en vista de la gran pérdida que había sufrido y ya que esos días estaba especialmente irritable, era digna de mejora. La alcaldía le dio la cantidad que le habían robado, que era la misma que la ganada en la lotería ¿coincidencia?
La moción fue aprobada por mayoría absoluta.

I. ARCEO (1995)

06 septiembre 2008

Hastío

Suena el murmullo,
Suenan sirenas…
Entra el viento por mi ventana,
Y, sin embargo… me ahogo.

Oigo cerrarse una puerta
El sol cubre de oro las nubes

Es enorme y profundo el silencio…
… suspiro
en un vago intento
de llenarme por dentro.
¡Pero no!, mi aburrimiento me abate,
me desespera… no sé qué hacer

Me asomo a la ventana
Y el murmullo se acentúa.
A lo lejos, las campanas dan las seis,
Y Santiago permanece oscuro, sombrío
Parque otoñal de almas románticas.

A pesar del sol,
Que pasa lenta, muy lentamente
De naranja a rojo,
El viento sigue soplando;
Y yo suspiro, sola, en Santiago.


I. Arceo (1986)

El AMOR

El amor, el amor, el amor, el AMOR
Sin duda, como todo lo intangible
es un presente desconocido
Sin duda, como todo lo deseable
Es prohibido y peligroso
Sin duda, como toda sensación
Te centra en el mundo perdido
De un infinito
Sin duda, como todo lo incompresible
Es un acto de fe.

I. Botana (1986)