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07 enero 2006

Parking del Hospital Clinico

Atrapada y sin salida

Así me encontraba ese día de verano en el garaje del hospital. Había dejado a una amiga y tras acompañarla un rato me iba a mi casa a comer… o eso pensé porque casi lo que llego es a cenar.
Cuando me acerco para coger el coche, veo unas ocho personas alrededor dando vueltas en el parking. Me meto en el coche pero como los tres autos que estaban delante de mi no se movían salgo a ver qué pasa. Sencillo, un “señor” se había aparcado en el medio de la salida y estábamos todos bloqueados. Los “paseantes” nos dedicamos a dar vueltas alrededor del coche, no como parte de un ritual para pedir lluvia sino en busca de alguna “señal” algo que nos indicase quién era el dueño/a del coche, un número de teléfono o un departamento dónde encontrarle… NADA, sólo dejo su coche blanco y viejo. Deduzco que debe ser un hombre el que nos ha dejado su auto en tan graciosa posición porque una mujer no tiene tantos hue…
De repente se me ocurre “avisemos a la grúa” (feliz idea que ya habían tenido los otros “paseantes”) pero aunque llamamos desde distintos móviles la respuesta fue invariable e igualmente inútil para todos: “No podemos ir pues es un parking privado”… )
-“!¿?!” (Así de sorprendidos nos dejaron), ¿estacionamiento privado el de un hospital público? ¡poz zi! Como diría el otro.
- “Sólo si tenemos una orden del personal del hospital podemos ir hasta allí” - aclaró el
policía.

Empieza así el segundo acto de esta obra de enredo. Nos vamos a hablar con el jefe de seguridad en espera de que dé la orden a la grúa. Entonces empieza una breve discusión entre un jefe muy sereno, con cara de cachondeo y una de las “paseantes” (léase: yo) bastante cabreadilla.
- “Ellos tienen que hacerlo porque nosotros no podemos hacer nada” afirma el jefe (esto de llamarle jefe debió ser una ironía del destino)
- “¿Cómo es posible que alguien te bloquee el coche y te impida salir? ¿Y si tenemos una urgencia? – se me ocurrió decirle.
Ya había pasado una hora y el “señor bloqueante” (a estas alturas conocido ya como el gili… )no daba señales de vida. Le pido al “jefe” de seguridad que avise delante de mi a la grúa y me responde:
- “No puedo. No tengo autorización para hacer eso”
- “Muy bien. ¿A quién se la tenemos que pedir? –pregunto con toda la ingenuidad del mundo
- “Al director del hospital”-me contesta
- “¿Y para hablar con él?” – contenta ante la esperanza de llegar a algún sitio.
- “Es que ahora no está. Ya sabe con eso del cambio de gobierno…”

Volvemos al exterior. Era un día radiante pero no creo que el humo de los “paseantes” se debiera al calor. Ante la presión de las múltiples reclamaciones los guardias se deciden a ayudarnos en todo lo que pueden (que es mas bien poco o nada). Intentamos sacar los coches montándolos por las aceras, pero muchos hombres lo ven difícil y arriesgado, aparte de costoso si se producen averías. No queda mas remedio que esperar… pero una mujer decide salir a costa de lo que sea pues tiene que buscar a sus hijos. Y salió, si bien su marido era más partidario de romperle el cristal al “coche-gili” y apartarlo del camino. Lo malo de esto no era la moralidad del acto en sí sino que al hacerlo íbamos a obstruir el paso del resto del garaje.
Al cabo de casi dos horas aparece el dueño del coche-estorbo.
Un amigo de los “paseantes” le había cortado el paso al coche-bloqueante, de forma que tampoco podía salir sin oírnos al menos. Llamamos a la policía otra vez para poner una denuncia conjunta pero la respuesta fue parecida a las anteriores, no se podían acercar hasta dónde estaba el problema, sólo si nos poníamos violentos o rompíamos algo… pero en ese caso sería para detenernos a nosotros… Así que sólo nos quedaba “atemorizar” al “gili” haciéndole creer que no le dejaríamos salir o que estábamos esperando a la poli, y aunque no pudimos hacer nada y todos teníamos mucha prisa por irnos a nuestras casas fue bonito verle amedrentado por unos segundos.

Moraleja: ¡aparca donde puedas porque nadie te va a hacer o decir nada!.

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